(De Luis Alposta)
Con el nombre de anagrama, designan los gramáticos lo que los porteños conocemos por vesre, o sea la transposición de las letras de una palabra. Y esto no es algo privativo del lunfardo, pues casi todos los argots han recurrido a variaciones de este tipo con el fin de deformar palabras y crear, de esta manera, otras nuevas.
Con respecto a la palabra original, la forma vésrica no cambia su significado, y lo único que logra es una especie de disfraz, una especie de camuflaje del vocablo primitivo. Estas transformaciones vésricas pueden ser consideradas bromas o juegos idiomáticos, en parte emparentados con las lenguas infantiles, tales como la jerigonza o jeringozo, que es como lo llamamos nosotros desde que lo aprendimos.
El hablar de esta forma se inició entre nosotros en el último cuarto del siglo XlX y, como recurso festivo, fue muy utilizado por saineteros y autores teatrales populares.
Los vesres que continúan circulando en estos días no son pocos. Recordemos algunos:
Feca, feca con chele; lorca; rope; gomía; troesma; sope; jonca, de jonca -de cajón- con el sentido de cosa segura, evidente; jermu; nami; gotán; yobaca; zabeca; grone; trompa; orre, por reo; ispa, por país; todos ellos seguidos de un largo etcétera.
Y, para recordar que nada nuevo hay bajo el sol, digamos ahora que la palabra tordo, por doctor, ya la utilizaba don Luis de Góngora, en España, hace cuatrocientos años.
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Imagen: Tapa del libro: Mosaicos porteños.