31 ago 2010

Carlos de la Púa


(De Jorge A. Bossio)

Aunque no hubiera sido poeta, igualmente figuraría en la galería de los porteños señalados, por su figura, por su personalidad, que trasuntaba la imagen arquetípica de la porteñidad.
El 10 de mayo próximo (1) se cumplen veinticuatro años del día en que Carlos de la Púa saco pasaje en el Bondi que se detiene en la esquina de Corrientes y el cielo. Quizás si entornamos los ojos y soñamos un poco –¡cuánta falta hace soñar en estos tiempos en que las ilusiones se voltean a lonjazos!–, quizás, decía, soñando veríamos al Malevo abrazado a Nicolás Olivari, su rival en el cariño a Buenos Aires contemplándonos socarronamente. Su permanencia en esa esquina de recuerdo la ganó, por derecho propio, un derecho asumido con justicia, porque él le cantó en poemas a esta calle Corrientes que padece de insomnio; y por derecho propio, pues, cobra por derecha esa permanencia mitológica de “troesma”, como le llamó Cadícamo. Maestro de amigos, poeta, no porque acomodara palabras disciplinadamente, pues las palabras no son sino convenciones del hombre, sino porque a través de ellas expresara belleza y con ella el dolor humano. Y como la belleza es un modo de la verdad, él la asumió con todo valor para cantar a todos los que vivieran un sufrimiento. Su sensibilidad no pudo ignorar a aquellos seres en sus miserias, en sus tortuosidades, en sus barroquismos del alma y entonces quiso redimirlos con la poesía que es la gran purificadora de las almas anónimas.
No fue el suyo y grito lacerante de anarquista enardecido; el bermellón no fue el horizonte de su mirada; él era un vagabundo anclado en un muelle de ensueño donde su alma, navegante capitán de un barco empecinado en vivir, gustaba empolvarse de cielo azul y a veces ocultarse tras el plúmbico acerado de las nubes para espiar a a sus amigos de la Real.
Enamorado de la vida, el amor era para el Malevo Muñoz un dulce sentimiento que despeja de nubarrones la prístina belleza de la ilusión, y ésta, el fulcro en que se apoya la armonía de la felicidad.
Carlos de la Púa era hombre de humor punzante, de agudeza sin par, de sonrisa socarrona, con la que nos está mirando desde la inmensidad de su universo. Seguramente piensa que Buenos Aires tiene algo de angelical y que ese ángel se encuentra hoy concentrado en la Academia Porteña del Lunfardo, para rendirle este justo homenaje, mientras él, acodado en un estaño con un copetín en la mano. espera un tango, o una fija, o una palmera. Aunque en aquel mundillo de nada sirve la guita. allí se juega entero en la carrera del ensueño a una eternidad, en la que la triple se juega con vales de amor, de valor y de verdad y en la que se cobra con mangos de cariño y en ésa, Carlos de la Púa tiene una fija, porque él es millonario de los afectos de Buenos Aires.

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Palabras pronunciadas en la Academia Porteña del Lunfardo el 4 de mayo de 1974.