Fue posiblemente el de mayor repercusión en toda la República, al punto de que, a pesar del mucho tiempo transcurrido, todavía conserva actualidad y se discute, sin haber –y sin perspectiva de lograrse– una unidad de pareceres por los muchos intereses y pasiones que suscita.
Los reos estaban acusados de haber instigado el asesinato del brigadier general don Juan Facundo Quiroga, quien, como se sabe, después de su actuación en las provincias del interior, se radicó en Buenos Aires, donde contrajo relación y se vinculó con mucha gente.
Pasaré por alto detalles que son conocidos por todos y no hacen al asunto.
Muerto el general y sus acompañantes en Barranca Yaco, se agitó el ambiente y comenzaron las acusaciones. Todos los sospechados trataban de salvar su responsabilidad.
Uno de ellos fue el Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas, quien logró radicar el juicio en Buenos Aires, adonde hizo traer a los acusados, para comparecer ante el doctor Manuel V. Maza, designado juez especial, con última instancia ante el mismo Rosas, parte y juez.
Los acusados eran más de sesenta, y los principales: José Vicente Reynafé, gobernador de Córdoba; sus hermanos Francisco, José Antonio y Guillermo; Santos Pérez, jefe de la partida y ejecutor material de la muerte de Quiroga; Francisco Reynafé estaba prófugo. Completaban el número el ministro Domingo Aguirre y numerosos corifeos sin mayor relieve, comparsas de la partida atacante de la galera.
El proceso fue minucioso. Se amontonaban las fojas y pasaban los meses. Al juez Maza, asesor Lahitte y fiscal Insiarte, se les concedió plena libertad para dirigir y resolver el juicio “sin estricta sujeción a los trámites de derecho”. Pero eran conocidos los métodos imperantes en Buenos Aires el año 35.
El 27 de mayo del 37 se firmó la sentencia y notificaron a los reos. En ella se condena a 15 de los acusados a pena de muerte en la Plaza de Mayo, y suspensión de los cadáveres de los Reynafé y Santos Pérez durante seis horas en la horca. De entre otros 25 reos serían sorteados 17 para ser ejecutados, y los 8 restantes, salvados por sorteo, cumplirían 10 años de presidio con una barra de grillos y debían presenciar la ejecución de los condenados.
Como último recurso se suplicó de la sentencia a Rosas, el cual, con fecha 9 de octubre, después de sus considerandos, la confirma con algunas variantes. Así, los Reynafé y Pérez serían ejecutados en la Plaza Victoria en lugar de serlo en la de Mayo. Cesáreo Peralta y Feliciano Figueroa, en la Plaza de Marte, y sorteados 3 entre 8, a sufrir la misma pena que los anteriores, y los restantes condenados a presidio por 10 años.
El 10 de octubre tuvo lugar en la Sala de Acuerdos del Supremo Tribunal, el macabro sorteo. Las ejecuciones fueron fijadas para el 25 de octubre a las 11 de la mañana.
Desde temprano la plaza estuvo llena de un público ávido de presenciar el final de un drama cuya duración era de varios años ya. Un testigo cuenta que nunca se vio tanta gente reunida allí. El general Agustín Pinedo mandaba las fuerzas. Naturalmente, concurrieron las escuelas.
Momentos antes de la hora señalada salen de la cárcel los sentenciados, menos José Antonio Reynafé, muerto en la prisión poco antes, y su hermano Francisco, prófugo, como se ha dicho.
Marchan lentamente. Sus pasos están trabados por los grillos que llevan en las piernas. Son acompañados por sus confesores, quienes rezan las oraciones de los agonizantes.
Todos los actores y participantes del drama, magistrados, defensores, etcétera, menos el Juez Supremo don Juan Manuel de Rosas, presencian el acto.
Los banquillos fueron colocados junto a las arcadas del Cabildo y los reos se sientan en ellos.
De pronto Santos Pérez grita: “¡Rosas es el asesino!”, produciendo estupor en los oyentes. El pelotón hace fuego y los reos caen.
Sus cadáveres son colgados en las horcas preparadas a pocas varas de los banquillos. Las tropas desfilan por delante de ellas con las bandas tocando marchas fúnebres. El público se retira impresionado, en silencio, sin atreverse a hacer comentarios.
Los otros reos pasan por la calle San Martín en carros requisados por la policía, en medio de tropas y seguidos por curiosos hasta la Plaza de Marte, hoy San Martín, donde fueron ejecutados con menos ceremonias. No hubo desfile ni música, y el público no tuvo acceso. Sólo estuvieron presentes los condenados a presidio, como estaba dispuesto.
Los carros de la policía recogieron todos los cadáveres, para darle sepultura.
La Justicia se satisfizo, pero la Verdad…
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Imagen: Ejecución de los Reynafé (De un grabado antiguo).
Texto tomado del libro La plaza trágica, Cuadernos de Buenos Aires, Bs. As., 1973.