15 abr 2011

Melancolía de las Barrancas de Belgrano


(De Luis Alberto Ballester)

Existen en Buenos Aires lugares donde impera una belleza crepuscular; en ellos lo que fue silenciosamente se adhiere a las cosas y trascendentaliza el momento. El presente no se desvanece sino que inaugura un tiempo solar, y nace en una síntesis, también, el imperio de la noche.
Las Barrancas de Belgrano configuran una de estas realidades seductoras. El transeúnte descubre en un matiz o en un brillo lo que es hermoso y profundo: el destello de la luz sobre un viejo pabellón, surcado por arabescos metálicos, azulado su techo por incontables noches, conjura a antiguos espectros. Entonces, sabemos que la belleza es la presencia de lo sobrenatural, y asimismo una manifestación de la vida, de la oculta armonía de las cosas. Estas enseñanzas sutiles descansan en Buenos Aires; sólo basta estar despiertos, vigilantes, para recibirlas.
Las barrancas ya estuvieron imaginadas en el trazamiento del pueblo de Belgrano. El pueblo fundado por Valentín Alsina se extendió en esta especie de mirador mágico y estrecho, como colgado sobre el movimiento cada vez más creciente de la ciudad. Las barrancas están defendidas por balaustradas curvas, que invitan a apoyarse sobre la baranda, a hundirse en el horizonte. Su color es de un amarillo apagado y brota como una queja de esa detenida gama.
En uno de los extremos de las barrancas se expande un quiosco, sombreado por árboles. Su estilo, melancólico y encantador, es el del arte moderno; cargado de curvas, misterioso, hiende la paz de los cielos ciudadanos. El techo cóncavo es una diminuta réplica de lo perfecto, con adornos inspirados en un quieto dédalo de vegetales. Más allá se yergue una fuente, de cuyas bocas fluye el agua nutricia. El rumor del agua es levemente audible, casi secreto. La fuente copia con su lámina de agua el nacimiento y la agonía de los días; en la encrucijada de dos calles se alza plena de susurros, musical. Las Barrancas de Belgrano invitan a pasear por sus senderos, a detener un tiempo frenético y vacío.
El observador descubre antiguas resonancias, una historia de Buenos Aires que gradualmente se torna viva, deshace las máscaras.
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Imagen: La glorieta de Barrancas de Belgrano (Foto tomada del sitio latidobuenosaires.com).
Tomado del libro: Revelación de Buenos Aires, Torres Agüero editor, Bs. As., 1985.