(De Alberto Luis Ponzo)
¿Quién fue Macedonio Fernández, o Macedonio a secas, como se le nombra en el ambiente artístico de nuestro país y en el extranjero? Para algunos, un autor que mostraba "el estilo de los argentinos" como pocos de su época. Para otros, más pensador que escritor y "el primer metafìsico argentino". No faltó la opinión de Jorge Luis Borges, que lo imitó "hasta el plagio" y consideraba que no había nacido para la escritura, "sino para pensar". En realidad era un Maestro sin reconocimiento de sus discípulos, que lo veían como un "personaje excentrico" entre los modernistas y los neorrománticos.
Había nacido en Buenos Aires, hijo de una familia burguesa y quizá más interesada en los negocios que en la filosofìa. "El Universo y la Realidad y yo nacimos un 1º de junio de 1874", afirmaba en una supuesta relación metafìsica. Este nacer en sí y en el mundo llegó al "todo-misterio" de su muerte un 12 de febrero de 1952.
Poco se sabe de los primeros años de su vida y de su abandonada carrera de abogado. Lo que sí se ha recordado aparte de otras cosas menos trascendentes, fueron los libros concebidos entre 1920 y 1922, que se conocieron después de su muerte. Las crónicas prefieren seguir sus pasos cuando se relaciona con los poetas y narradores de la llamada Generación del 22, más jóvenes que él y hoy ya famosos como Borges, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez, Raúl Scalabrini Ortiz, Xul Solar, entre otros. A estos se sumaría la presencia del célebre narrador moronense Santiago Dabove, autor de La muerte y su traje.
Siendo una de las mayores figuras de la literatura argentina, Macedonio no daba ninguna importancia a sus escritos y no era su ambición publicarlos por ser, según decía, "tareas subalternas". "Era un puro contemplativo -escribió un crítico- que a veces condescendía a escribir y muy contadas a publicar". Fuera lo que fuese, sólo se trataba de sus "papeles" y así se conocieron por primera vez en 1929, gracias a la insistencia de algunos amigos: Papeles de recienvenido.
Si bien luego de este bautismo literario siguieron nuevos títulos, no era cuidadoso de su obra. Por esta actitud despojada y más inclinada al diálogo que a los libros, muchos de sus "papeles" quedaban en distintos hoteles de barrio y jamás fueron encontrados. Valiosos manuscritos, como Elena Bellamuerte de 1920, aparecieron en una lata de galletitas.
Este personaje tan distraído como genial "supo conjugar en grado eminente la condición de humorista con la de metafìsico". Leer a Macedonio significa el doble placer de los hallazgos de un pensamiento originalísimo y las "salidas" del espíritu a través del humor más sorprendente. Se presentó una vez a sí mismo en uno de sus relatos diciendo que era "un filósofo muy conocido en su barrio". Y en otra obra ya clásica, aclaró: "Esta será la novela que más veces habrá sido arrojada con violencia al suelo y otras tantas recogida con avidez. ¿Qué otro autor podría gloriarse de ello?".
Escritas en cuadernos y libretas infinitas, carecía de la vanidad típica del escritor, dejándonos ideas, reflexiones, enseñanzas recogidas como determinantes de la mejor narrativa de estos tiempos. Recordaremos estas frases admirables: "Si de cuando en cuando no hubiera alguien que arrancara a los hombres de su ávida persecución del dinero, no valdría la pena que la humanidad continuara reproduciéndose para obrar todos como autómatas repitiendo el mismo mecanismo del lucro". ¡Cuántos escritores de hoy y de mañana deberían tener en cuenta estas reglas de esctitura y de vida, de rigurosa actitud moral y estética: "Escritores: merezcamos la Humanidad engañada por el Arte Condescendido. Rehagamos la gracia, ofendida de la Solemnidad, del Gran Asunto de la Sonoridad, el Colorido. la Bonitez, la Unidad".
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Foto: Macedonio Fernández.