(De Otto Carlos Miller)
Para seguir con la tradicional soberbia porteña diremos que
Wimpi fue un genio “rioplatense”. Cuando un uruguayo pasa inadvertido, es decir
como un ser humano común, nos referimos a él como lo que es: un uruguayo. Pero
si se trata de Horacio Quiroga, Roberto Tálice, Julio Sosa, Florencio Sánchez, el Conde de Lautremont, Mario Pardo, Juana
de Ibarbourou, Cayetano Silva, Julio Pardo, Juan Carlos Onetti, Enrique
Saborido, Gerardo Mattos Rodríguez,
Eduardo Galeano, Debenedetti ...y otros, ya no se dice escritor, poeta,
autor, compositor o intérprete nacido en uruguay sino “rioplatense”.
Ratificando esa arrogancia diremos que el uruguayo rioplatense Wimpi nació en Salto, Uruguay, un 12 de agosto de
1906. El humor y el absurdo que siempre acompañaron a su obra ya lo saludó en su llegada al mundo; por error del
empleado del Registro Civil es anotado como Núnez con n en lugar de ñ.
Según
Horacio Ferrer es el único hijo del
matrimonio entre una brasilera y un acendado uruguayo estanciero de acomodada
situación económica. El periodista Alfonso Rey menciona a dos hermanos de Wimpi
que lo acompañaron fielmente en los finales de su vida. Se trata de Mario y
Luis. No queda claro si estos hermanos lo eran por parte de padre o madre dado
que los padres de Wimpi se separaron cuando Arthur contaba con siete años de
edad, y en ese momento era hijo único.
Disuelto
el matrimonio, Arthur se instala con su madre en Buenos Aires. Nada menos que
en el barrio de “caserón de tejas”. Allí en Belgrano cursa la escuela primaria
en el colegio “Casto Munita” y posteriormente en el “Mariano Moreno”. Como un
fugaz y huidizo cometa orbita en las facultades de Medicina, Ingeniería y
Derecho. Ninguno de esos estudios le interesa, quizá, porque le interesan
todos. Wimpi era el típico autodidacto. Un espíritu renacentista donde todo
es motivo para el asombro del hombre.
Ese hombre al cual llamará, en sus
columnas orales o escritas, el “tipo”.
A
los diecisiete años, cuando ya había dejado los claustros universitarios y su
madre contrae un nuevo matrimonio, decide cumplir con un sueño postergado desde
los catorce años. A esa edad había tenido un poderoso shock emocional. Un
contacto lindante entre lo mágico y lo revelador. Una puerta hacia el abismo
infinito del misterio: la lectura de Horacio Quiroga.
El
destino lo llamaba a seguir las huellas del Maestro y compatriota Quiroga. Con
algo de dinero y un exiguo equipaje se encamina hacia la Meca: el Chaco. Trabaja de
hachero y luego como empleado de la Dirección de Tierras y Colonias. Dos años en
contacto con la dureza climática ponen fin a su experiencia y a los diecinueve
años de edad retorna a Buenos Aires
junto a su madre.
En
contacto con los gauchos descubre lo feérico del paisaje humano del hombre decampo.
De allí saldrán “Cuentos del Viejo Varela”, “El fogón del Viejo Varela” y “Los
cuentos de Don Claudio Machin”.
Parte
nuevamente. Esta vez al Salto oriental, a la estancia paterna. Hace todo tipo
de tareas y se integra con la paisanada donde capta su ingenio y riqueza. Descubre
el mal uso dado a la palabra cultura. El hombre común de campo, en esos
tiempos, era analfabeto, por lo tanto tildado de inculto. Arthur descubre en
esos hombres sabiduría y profundidad, ingenio y humor. Quizá por eso el posteriormente
autobautizado Wimpi en su pensamiento y humor sea simultáneamente sencillo y
profundo. Es bastante común confundir profundidad con complejidad innecesaria y
lenguaje simple con superficialidad. Nada más erróneo. Lo profundo puede
expresarse en forma clara y comprensible y muchas veces lo abstruso esconde
superficialidad.
1928;
el joven Arthur ya tiene 22 años. Tres años en la estancia han generado muchos choques con su padre, un
rígido patrón feudal, a quien le molesta de su hijo el trato llano con la
peonada. Viaja a Montevideo donde el clima cultural lo atrapa. Ya está
totalmente entregado a estudiar para obtener su “título de autodidacto”. Antropología,
física, psicología, sociología, historia, química, biología, literatura,
filosofía, son algunas de sus pasiones.
El
centro de todo siempre es el “tipo”. Ese hombre esclavo de sí mismo, que gasta
su vida para vivir, le provoca asombro. El asombro platónico, padre de toda la
filosofía.
No
entiende la pasión por el dinero como fin y no como medio. Con humor sarcástico
(del griego sarkasmós, risa amarga)
se ríe del tipo que al decir de Homero Manzi “no está en el misterio”.
Volvamos
al Montevideo de 1928 y a los 22 años de Arthur.
Como
nuestro Roberto Arlt, también profundo buceador del alma humana, ingresa al
periodismo haciendo policiales. Como el autor de “Los siete locos”, sus
crónicas tienen esa alquimia de misterio, humor y costumbrismo. Las columnas de
“El Imparcial” de Montevideo ya llevan el sello del futuro Wimpi. Como diría el
ya citado Homero Manzi: Wimpi “estaba en el misterio”. Entra en la redacción de
“El Imparcial” portando extraños libros de esoterismo y física cuántica, de
neurobiología y de la naciente cibernética. Pero a todo esto se suma una
excepcional generosidad sin límites. Primero la amistad y el prójimo, luego él.
Cobra una herencia familiar importante, pero simultáneamente se entera que un
trabajador del taller de “El Imparcial” posterga su casamiento por falta de
recursos económicos. La decisión es inmediata. Juan Carlos Mareco, de quien
luego Wimpi sería su libretista y amigo le relató el hecho al periodista
Alfonso Rey: “Tomá estos tres mil pesos, le dice Wimpi al trabajador del taller,
y llevá a la botija al Registro Civil”.
MUERE
ARTHUR GARCÍA NÚÑEZ Y NACE WIMPI
Arthur
García Núñez ya tiene 29 años. Dejó “El Imparcial”, pasó por “Uruguay”,
vespertino de Natalio Botana, ingresa en “El Plata”. “Piedra Libre” se llama el
programa radial donde Arthur comenta, a modo de consultorio sentimental,
inquietudes y experiencias de los oyentes.
Y
justo aparece “ella”. Tiene veintitrés años. Se trata de una delicada y sensible vecina con quien
diariamente Arthur intercambia sonrisas en la calle. Cierta vez le dice a quien
luego llamaría Caracol: “No deje de escuchar mi audición de hoy”. Por medio de
“Piedra Libre” Arthur da piedra libre a su pasión por Raquel Notaroberto. A
través de la radio le declara su amor. Nace una pasión que sólo morirá cuando
Wimpi se retira de la vida física el domingo 9 de septiembre de 1956. Se había
casado con Caracol el último día de septiembre de 1939 cuando el fuego
irracional invadía al mundo con la absurda guerra mundial.
Ya
se llamaba Wimpi por decisión propia y así lo relata en su libro “Vea Amigo”: “Félix
García Sarmiento, se puso Rubén Darío: nombre de pastor judío y rey persa.
Neftalí Reyes se puso Pablo Neruda, nombre de apóstol y exótico apellido checo.
Friedrich von Hardemberg se puso Novalis: parecen las primeras notas de una
barcarola. ¡Entonces qué se iba a poner uno si ya la gente importante se había
puesto todo!
Se
puso Wimpi. Una vez cierta oyente cultísima le habló a uno por teléfono para
preguntarle si Wimpi había sido algún personaje de la mitología nórdica. A ella
le sonaba esa W del principio a cosa del Walhalla, el Olimpo de los dioses
nórdicos.
Había
muchos personajes en aquel sitio y sus contornos que empezaban con W: las
Walküren, aquellas mujeres guerreras que se cortaban un pecho para poder apoyar
el arco; el gigante Wafzudnir: Wodan, padre de los dioses.
-No,
amiga, no. Wimpi es el apellido del gordito ése que anda siempre con el
marinero Espinaca. Popeye. El gordito se llama J. Wellington Wimpi.
La
oyente colgó.
[...]
Pero ¡hete aquí! –como dice la gente correcta– en la exposición canina de
Palermo acaba de ganar el primer premio un perro pelo duro que se llama Wimpi.
Ahora
sí, que uno está seguro de perdurar. Cierra, uno, los ojos, amigo y ve la
escena, en sexto grado, en una escuela de aquí cincuenta años. El niño pasa al
frente. La clase es de Historia. El maestro pregunta: -¿Quién fue Wimpi?
Y
el niño responderá: -Wimpi
fue un charlista pelo duro de Radio El Mundo que ganó el primer premio en la
exposición canina de Palermo.
¡Que
linda que es la inmortalidad!, amigo”.
RADIO
CARVE Y DESPUÉS
A
mediados de la década del 40 Wimpi ingresa en Radio Carve. Se produce el
feliz encuentro entre el muy joven Juan Carlos Mareco y Wimpi. Mareco era un
estudiante de la Facultad
de Derecho, becado por el Liceo de Carmelo, que se destacaba por sus dotes
artísticas y la flexibilidad de su voz en las famosas troupes
estudiantiles. La oportunidad se le presentaba en Radio Carve pero su familia
no veía con buenos ojos que un Mareco y becado, estuviera haciendo programas
cómicos e imitaciones por radio. El dúo ya nacía: libretos de Wimpi para el
hombre de las voces múltiples, pero el problema era la presión social para un
jovencito de una familia conocida de Carmelo.
Hay que
buscar un seudónimo. El mismo Juan Carlos Mareco propone llamarse Pinocho.De
inmediato Wimpi elabora una metáfora: “Estupenda idea. Supongamos que el viejo
fabricante de muñecos (Gepetto), al crear su mejor títere, le roba el alma a
una calandria. Y así, como la calandria imita a los pájaros, nuestro Pinocho se
lanzará a los caminos imitando tipos humanos.”
Wimpi
inicia una etapa de idas y venidas de Montevideo a Buenos Aires con regreso y
retornos.
En el
vespertino porteño “Noticias Gráficas” inicia su columna “La taza de tilo”,
luego “Los cuentos del Viejo Varela”. En 1948 ya es solicitado por diferentes
diarios, revistas y radios de Buenos Aires y Montevideo. Radio Belgrano, una de
las emisoras más escuchadas, hace furor con Pepe Iglesias El Zorro con libretos
de Wimpi. Pinocho, El Zorro, La
Craneoteca de los Genios y las Charlas de Wimpi son
escuchadas por todos.
Los
personajes creados por Wimpi e interpretados por Mareco o Pepe Iglesias ganan
la calle. A la hora de cualquiera de esos programas, quien caminara por el
barrio podía seguir el transcurso de la audición porque en todas las casas
estaban encendidas las radios con el mismo programa. En todos había un humor
profundo, creativo, fino, filosófico. Un humor desaparecido porque detrás de la
espontánea carcajada venía la obligada reflexión donde lo light contemporáneo
quedaba excluido.
En 1952
aparece “El Gusano Loco” que agota inmediatamente tres ediciones. Wimpi está
dedicado únicamente a la radio y a sus escritos finales. Duerme apenas tres
horas por día, bebe más café, mate y cigarrillos. En junio de 1956 el primer
infarto actúa como advertencia; tres meses después, septiembre de 1956, cuando
acababa de cumplir el medio siglo se nos fue.
Era un
hombre de complexión gruesa, de puños fuertes y gran fuerza física. No sabemos
exactamente cual era su estatura. En una fotografía de fines de 1955 aparece
saludando a su antiguo compañero del colegio “Mariano Moreno”. Se trata del
Amirante Isaac Francisco Rojas, en ese momento vicepresidente de la república.
Según puede observarse es de una estatura igual o menor que Rojas, por lo que
se deduce que era más bien bajo.
Wimpi,
aunque desconocido por muchos, hoy sigue siendo un paradigma de otra época, con
otros valores humanos. Puede ser que alguna vez vuelvan a tener vigencia.
Entonces Wimpi, seguramente será revalorizado.
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Fotografía: Arthur García Núñez, “Wimpi”.