1 nov 2010

Que vengan los judíos


(De Mario Tesler) 
                                                                            
Al promediar 1932 el poeta e historiador liberal Arturo Capdevila le puso prólogo a su libro La Santa Furia del padre Castañeda, que publicó con posterioridad la editorial Espasa-Calpe de Madrid, en el que rehabilitó la memoria de un hombre de varios  y  raros talentos, que venía arrastrando sin embargo casi afrentosa fama.
Con motivo de esta publicación el líder socialista Alfredo Palacios, entre otros, dijo que el padre Castañeda fue un patriota, un ejemplo de energía innegable, de altivez  irreductible. La reivindicación de Castañeda, venida tanto de la fila liberal como de la socialista, fue provechosa.
Luego, en 1947, en la advertencia a la reedición de su libro, dijo Capdevila con satisfacción: Siempre celebraré que gracias a mi libro se pudieran cumplir en el centenario de su muerte las debidas honras a tan insigne varón. Pero la obra de Capdevila sirvió para algo más. Desde entonces algunos historiadores estudiaron al padre Castañeda sin preconceptos, en su tinta, en sus actos, y leyendo cuanto escrito hallaron de él. La revalorización produjo resultados estimables, entre los cuales se encuentra el voluminoso trabajo que el sacerdote jesuita Guillermo Furlong dejó al fallecer en 1974, dado a conocer veinte años después por sus albaceas. Siempre es arriesgado decir de tal o cual obra que es el estudio final sobre un personaje, pero la de Furlong es hasta el momento lo más importante como obra de conjunto que se conoce en torno a Castañeda; será difícil superarla.

Francisco de Paula Castañeda nació en Buenos Aires en 1776 y falleció el 12 de mayo de 1832 en Paraná, Entre Ríos, pero no -como se ha dicho- a causa de mordeduras provocadas por un perro cimarrón. Su educación y formación sacerdotal transcurrieron en las postrimerías del siglo XVIII. Aunque mucho antes catedrático por oposición, la actuación pública de este sacerdote franciscano se inició al pronunciar el panegírico de la Reconquista de la Ciudad de Buenos Aires, ante Santiago de Liniers y todas las demás autoridades del virreinato.
Su vida como religioso fue ejemplar. Después hasta quienes se ocuparon en reprobar cada una de sus actuaciones públicas, supieron eximirse de incursionar en este aspecto, porque nada encontraron para sumarle a la condena que le impusieron por su filiación antiliberal.
Sí, así es, el padre Castañeda fue antirrivadaviano, pero más aún antiliberal y lo fue en grado sumo. Esto no es todo, para los enemigos de este franciscano lo peor es que se trataba de un militante dispuesto cuantas veces fuera necesario a romper con el tradicional retraimiento conventual. Además de temido polemista, el padre Castañeda fue un peligroso trotacalles, pero trotacalles con causa, conceptuado por sus adversarios como una preocupación pública.

En sus crónicas diplomáticas, John Murray Forbes, agente de los EE.UU. acreditado ante el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata durante el período 1820-1831, llamó a fray Francisco de Paula Castañeda perverso sacerdote, de nefanda notoriedad e hipócrita libelista. En correspondencia oficial con John Quincy Adams, secretario de estado norteamericano, se ocupó de los modos que caracterizaron a este franciscano en sus aspectos sobresalientes. Para él, como periodista no tiene su estilo semblante alguno de elegancia pero precisamente por su vulgaridad y familiaridad, cautiva fácilmente al populacho. Predicador con predicamento. Como soldado de Cristo dice que va a menudo caminando por los suburbios de la ciudad, descalzo, vistiendo hábitos sucios, y esgrimiendo en sus manos una cruz, excita al pueblo con lamentos hipócritas de una religión atribulada. En tanto del militante informa al gobierno de Washington que llegó a la increible temeridad de llenar la ciudad de carteles provocativos, incitando al pueblo somnoliente a despertar y defender su religión contra un gobierno de herejes.
Más que fijar su imagen, a manera de retrato, cuanto dice de él Murray Forbes es un aporte sugerente para un perfil en movimiento, permitiendo así medir el valor que entonces adquiría un tema en la atención de Castañeda, ya sea puesto entre sus fobias o sus filias.
Pues bien, un buen día del año 1820  este resuelto franciscano decidió manifestar  sus simpatías por la venida de judíos a Sud-América, en medio de una feligresía que los desconocía o los odiaba.
Hasta entonces -me refiero al año 1820- sólo se había logrado casi con subrepción que la Asamblea General Constituyente instalada en 1813, autorizara a determinados extranjeros la práctica de sus cultos, en forma tan privada como que se establecía para ello sólo la intimidad de sus respectivos hogares. En la sesión del viernes 7 de mayo de 1813 se aprobó una iniciativa del Poder Ejecutivo sobre explotación de minas, en la cual se dice: Ningún extrangero emprendedor de trabajo de minas ó dueño de ingenios ni sus criados, domésticos, ó dependientes serán incomodados por materia de religión, siempre que respeten el orden público; y podrán adorar a Dios dentro de sus casas privadamente según sus costumbres.
Cuando en el orden civil se estaba muy lejos de la libertad confesional institucionalizada, y en tanto socialmente persistían los prejuicios heredados del período hispánico, el padre Castañeda publicó -según quienes trataron el tema- el 26 de agosto de 1820 un artículo al que tituló ¿Podrá Sud-América no acoger benignamente en su seno la casa y familia del patriarca Abraham, sin faltar a las inviolables leyes de la religión y de la política?
El motivo que al parecer llevó a tratar este tema fue una posible propuesta formulada por judíos algún tiempo atrás, de la cual no brinda detalles precisos.
 Años pasados significaron los judíos el deseo de establecerse en estas regiones, ofreciéndonos su protección, como también grandes sumas de dinero, con tal  que les franqueásemos terreno y algún puerto para su tráfico y comercio con  todas las naciones.

Al parecer, en su momento el ofrecimiento causó revuelo. Si pasado el tiempo se apaciguaron los ánimos al menos el tema no hubo de quedar totalmente olvidado, lo  cual permite inferir que Castañeda encontró oportuno ese 26 de agosto de 1820 para dirigirse a sus fieles, con el propósito de evitar que el celo en Cristo llegara a obnubilarlos, al punto de no dejar ver en el prójimo a un hermano en el Padre.
Personas piadosas que, apreciando como deben la religión de sus mayores y  deseando conservarla en toda su pureza, se imaginaban que los judíos vendrían  a crucificar de nuevo a Jesucristo. Este celo desde luego, es muy loable, pero  llevado hasta el extremo es hacerlo incompatible con la caridad y con muchas  otras virtudes, que deben acompañarlo, para que sea un celo agradable a Dios,
 útil a nosotros y edificante con respecto a los que, por ningún evento, dejan de  ser nuestros prójimos, según la carne, y nuestros padres según el espíritu.
Asumiendo también el rol de ciudadano, le dice Castañeda a sus lectores: Soy, pues, de opinión de que, entre los grandes bienes que nos ha traído nuestra gloriosa revolución, no es el menor la ocasión que nos proporciona de ejercer nuestra oficiosa hospitalidad con la humillada casa y familia de  Abraham; esos restos de questa estirpe, a quien sin disputa pertenece el testamento, el sacrificio y la promesa de Dios; ese pueblo notoriamente eterno, pues se ha sostenido contra todo poder humano, para ser espectador de la ruina  y acabamiento de los mayores imperios; esa nación que Dios ha olvidado, pero no para siempre, sino hasta tanto que se cumplan los tiempos  de las demás naciones; por último esas dispersiones del ingrato y mal aconsejado Israel deben ser acogida con mucho honor en Sud-América...

Este sacerdote franciscano explica el por qué y el para qué de su propuesta: para que, cuando disfruten del año sabático que les está prometido, y cuando amanezca para ellos el día del Señor, el día grande de Jezrael, nos unamos con ellos, y ellos con nosotros en una sola fe...

 Luego de referirse a aquellos conceptos equivocados que condujeron, desafortunadamente -son palabras que Furlong repite textualmente de Boleslao Lewin- a la  persecución de los judíos,   afirma Castañeda: Oportunamente me acuerdo que Raab, la meretriz, en Jericó no más que por  haber acogido beningnamente a los exploradores hebreos, mereció no sólo escapar del degüello, sino también entrar, como entró, en el número de los augustos progenitores  del Mesía; yo creo, y espero que Sud-América se hará acreedora a iguales favores, si por espíritu de religión y catolicismo, llega a extender la mano benéfica y protectora a esa esposa adúltera, que Dios no ha reprobado, ni repudiado en manera alguna, aunque la tiene desterrada para recogerla algún día in miserationibus  magnis.
Vengan, enhorabuena, los hebreos; establézcanse en América, como se han establecido en Roma, y, o adoren con nosotros a Jesucristo, o a lo menos   aguarden con nosotros el día grande de nuestra común visitación, que serácuando haya muy poca fe en el cristianismo.
Desde luego me sirve de mucha complacencia el que se me haya ofrecido tan bella oportunidad de satisfacer mi amor, cariño y respeto para con la antigua, gentilicia, excelsa, humillada, y no reprobada, casa de Jacob, la cual desde ahora, prometo tendrá en mis números un lugar muy distinguido.

No es esto todo cuanto Castañeda dijo en esa oportunidad, sino lo que le resultó de mayor provecho a quien lo consultó en la fuente original. También aparece Castañeda en otras oportunidades opinando sobre los judíos. No obstante con los párrafos transcriptos se comprenderá el interés que despertó el develar este documento en la década del 60 del pasado siglo XX.
Hasta entonces ni los panegiristas de Castañeda, ni los investigadores sobre  libertad de culto e imigración en las Provincias Unidas del Río de la Plata, ni -incluso- los historiadores de los judíos en la Argentina, sabían de este artículo.
Quien encontró esta pieza, editada entonces pero olvidada después, fue Guillermo Furlong, sin embargo él no desesperó por publicarla, tampoco la guardó para la obra que tenía proyectada y, generosamente, prefirió entregarla a la consideración del historiador judío Boleslao Lewin, conocido por su apasionada especialización en estos temas. A partir de entonces Lewin siempre que trató la historia de los judíos en la Argentina no omitió considerar el antecedente.
Este artículo del padre Castañeda permite inferir la posible existencia de un fallido intento de algún grupo judío por establecerse en las Provincias Unidas, designio favorablemente acogido por este franciscano, entonces célebre como predicador con predicamento, al que Lewin definió en 1974 como el máximo  paladín de la más  extrema ortodoxia  / católica / en el Plata.
En la última y más acabada labor de Lewin sobre La colectividad judía en la Argentina, publicada en 1974, este historiador al principio no admite explícitamente la éxistencia de esa propuesta de los judíos, y después de preguntarse si se referiría el padre Castañeda a una negociación secreta con algún grupo de judíos agrega: no lo sabemos, y otras cosas más. Pero llama la atención que, tras cartón, en vez de mantenerse en la duda se refiera a él dándolo por hecho, con el trato de fallido designio, precisando que la causa de su fracaso fue debido al antisemitismo entonces imperante.
Al parecer con el artículo de Castañeda quedó Lewin subjetivamente convencido que esto ocurrió así, y aceptó como suficiente esa referencia, sin precisiones, del sacerdote franciscano al deseo de judíos de establecerse en estas regiones. Al tratar Lewin el tema de la Aversión a los inmigrantes, particularmente a los judíos se refiere, nuevamente, al fracaso del proyecto de inmigración judía de 1820 y no a un supuesto intento.
Cuatro años después de publicado el citado libro de Lewin, el pastor evangélico e historiador Arnoldo Canclini retomó el artículo del padre Castañeda, en un trabajo sobre las Primeras tentativas de inmigración, dado a conocer en la edición del diario La Prensa del 11 de julio de 1978. Tomando escuetos fragmentos de lo dado a conocer por Lewin, ahí Canclini niega que el artículo de Castañeda tuviera fundamento real y lo atribuyó a una ficción forjada por el autor: no podemos olvidar que el luchador fraile gozaba de una fértil imaginación.
Si esto fuese así y no como lo terminó aceptando Boleslao Lewin y lo reiterará Guillermo Furlong en su obra póstuma, si todo se debió -como supone Arnoldo Canclini- a una fértil imaginación ¿tendría, entonces, algún valor aquel artículo publicado por fray Francisco de Paula Castañeda? Sin duda que sí, pues sería nada menos que el primer antecedente de una pública invitación rioplatense hacia la convivencia cristiano-judía, y formulada en prosa rotunda por un sacerdote franciscano, cuando todavía las autoridades civiles no habían institucionalizado el derecho a la libertad de culto, ni dado el paso previo de la tolerancia religiosa para cualquier habitante. Dicho esto sin ignorar que en correspondencias oficiales algunos funcionarios mostraron su preocupación sobre el tema de las prácticas confesionales, pero sin mencionar en especial a los judíos.
¿Podía el padre Castañeda haber escrito este artículo con anterioridad al proceso de emancipación? A juzgar por su manifestaciones y sin recurrir a ningún otro testimonio coetáneo, es indudable que no; él mismo así lo reconoce cuando opina que, entre los grandes bienes que nos ha traido nuestra gloriosa revolución, no es el menor la ocasión que nos proporciona de ejercer nuestra oficiosa hospitalidad con la humilde casa y familia de Abraham.
Resulta llamativo que este franciscano se contente con la ocasión de poder defender la idea de brindar una oficiosa hospitalidad a la humilde casa y familia de Abraham, una acogida con mucho honor en sud-América, cuando su formación proviene de la sociedad rioplatense correspondiente a los últimos tiempos del siglo XVIII, señalada como de fuerte arraigo a prejuicios contra los judíos.
Después de la lectura del artículo del padre Castañeda se me ocurre formular un interrogante: ¿cuál era en realidad el concepto que vivía en la Iglesia de entonces sobre los judíos, para que uno de sus hijos se refiriera a éstos como la escogida estirpe, y pida que vengan enhorabuena, diciéndoles a ellos establézcanse en América? A lo cual se debe agregar cuánto Castañeda, después del vehemente apoyo, se felicitaba de la bella oportunidad de satisfacer su amor, cariño y respeto para con la antigua, gentilicia, excelsa, humillada y no reprobada, casa de Jacob.
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Imagen: Francisco de Paula Castañeda.