19 nov 2010

Cafés de tango en la avenida Santa Fe



(De Ricardo M. Llanes)

Corriendo los últimos días de 1910, días de los pianos de manija, ambulantes y nocheros, en que aún alargaban sus pronunciadas notas los valses y lanceros, que también se bailaban en las salas y los patios de la calle Santa Fe, el tango ya aparecía pintando insinuaciones en las esquinas y aproximando presencias de guitarras en las milongas de pretendidos payadores, en este o aquel café.
 -“No; mi padre -recordaba a nuestro requerimiento un viejo vecino de Anchorena y Santa Fe- nunca vio bailar el tango en las esquinas de esta calle. Pero se lo veía hecho espectáculo a pocos pasos de ella, en el teatro 'Olimpo', de Pueyrredón 1463, y ello por uno de los más famosos bailarines de la primera década, al que los íntimos llamaban 'El Cachafaz'. En realidad, la calle Santa Fe no conoció mucho tango, y mucho menos, sainetes”.
Pero la verdad es que la avenida Santa Fe, desde la de Coronel (Coronel Díaz a partir del 28 de junio de 1894) hasta alcanzar la de Arévalo, estaba con el tango, ya impuesto el bandoneón (año 1912), que se había constituido en los primeros tiempos de aglomeradas concurrencias en el Señor de la por entonces llamada “Orquesta típica”  (bandoneón, flauta, violín y guitarra); y contaba en ella con algunos públicos escenarios de la música tanguera, embanderados con el renombre del famoso instrumento que inventara en 1833 Alfred Band, de Krefeld (Alemania), siendo una variante del acordeón, aparecido en 1829.  
De aquellas peñas de melómanos milongueros, dos eran las que acaparaban la concurrencia devotísima de los muchachos ya hombres, no sólo de Palermo, porque a las dos esquinas (Canning y Almeira, junto al arroyo Maldonado) acudían también los de Almagro, Belgrano y Villa Crespo, con los que solían relacionarse no pocos de la Recoleta. Y por cierto que aquella asistencia en número mayoritario no se debía a las excelentes instalaciones ni al “esmerado servicio de la casa”, ya que los dos cafés, tanto el nombrado “Atenas”, ubicado en la antigua rúa Ministro Inglés (Canning desde diciembre de 1893), como el conocido por “La Paloma” (actual ángulo sudoeste de avenida Santa Fe y Juan B. Justo) habían ya obtenido patente de modestísimos a perpetuidad. La fama, con renovadas resonancias en todos los patios con manchones de uva negra, y en los que domingueramente solía bailarse con fonógrafo de corneta, respondía a las diarias actuaciones de los maestros del “fueye”, como se los reputaba a Domingo Santa Cruz, autor del muy celebrado Unión Cívica, y a Juan Maglio (Pacho), que compusiera, entre tantos buenos, el rotulado Armenonville, en homenaje al restaurante, estilo parisiense, que se encontraba en la denominada avenida Alvear (hoy Del Libertador) y Tagle.
En nuestros recuerdos de las noches del año 1915 vemos a los apretujados grupos de mirones ocupando la vereda del “Atenas”, ya que lo reducido del local no permitía mayores auditorios para escucharlo a Santa Cruz, en un silencio del tango, ejecutar trozos de música clásica en notables variaciones, que hablaban de la maestría con que dominaba el manejo del bandoneón. Y tal novedad igualmente se daba en el de “La Paloma”, cuando Pacho, en un solo de su “arrugado” (1) se lucía con la interpretación de partes de las Czardas de Monti. Digamos, ya con el encuentro de su nombre, que este músico fue de nuestra relación; y que allá por febrero de 1918 le escribimos la letra de su vals más popularizado, el que lleva el rótulo de Orillas del Plata en el historial de su repertorio en número alto.
Recordemos, sí, al café de “La Paloma”,  porque allí, quien integrara por largos años las orquestas de Eduardo Arolas y Francisco Canaro, el notable violinista que era Rafael Tuegols, estrenó al frente de su conjunto musical, el tango llamado Zorro gris, cuyos versos escribiera Francisco García Giménez. Del café de “La Paloma” salió esa pieza, hace ya más de 50 años (2), para incorporarse a la antología de aquellos que hicieron época y se cantaron en teatros y salones de nuestro país como en no pocos de España, Francia y el Japón. Y todo en virtud de la esencia emocional que los animaba, y de la sentida melodía dramatizada por los versos del poema; y en particular por aquel “algo” de raíz porteña que se gustaba como la miel de la melancolía en las sombras del recuerdo enamorado de la ausencia, en alto un nombre de mujer que siempre vuelve con la presencia de la flor.
Además de los nombrados se conocieron algunos otros cafés de bandoneón, “El Maldonado”, “El Pino”, por ahí, cercanos a los cuarteles, entre el arroyo Maldonado y la calle Bonpland. Y debe recordarse que en la historia del tango figura la autenticidad de un suceso que otorgó a la de Santa Fe la prioridad del grande primer certamen de música popular: el celebrado en días de 1924 en el ex teatro “Nacional”, ya conocido como el Cine-teatro “Grand Splendid” (Santa Fe 1860); concurso de tango organizado por la Casa Max Glücksmann, cuyo jurado, después de la ejecución de cada pieza, lo constituía el voto del mismo público. Y a título informativo corresponde puntualizar que en aquel primer concurso fueron premiados verdaderos prestigios que hoy ilustran el historial del tango: 1° Francisco Canaro; 2° Francisco Lomuto; 3° Cátulo González Castillo; 4° N. Farini, y 5° Juan de Dios Filiberto, siendo distinguida con el Primer accesit, por su tango Soñando, la entonces célebre Paquita  Bernardo, la primera bandoneonista porteña que aplaudían los asistentes a los cafés de la calle Corrientes, así como a las veladas del teatro “Smart” que ofrecía la Compañía de Blanca Podestá.
La de Santa Fe, pues, puede figurar, y con bien firmados pergaminos, entre las calles con cafés de tango, en razón indiscutible de que la música del hijo de Buenos Aires salió de sus cafés, impuesta por el sentimiento hecho arte de los bandoneonistas de popular ponderación. Y es motivo de natural satisfacción recordar en estas páginas del regreso, los nombres de Domingo Santa Cruz y Juan Maglio (Pacho), los dos ases de la denominada “Guardia vieja”, cada vez más joven para quienes la llevan desde las primeras alboradas de la juventud, aun con chispazos conmemoradores de sus noches jubilares, en que el bandoneón, silenciando el tango en el café, se desarrugaba frente a una ventana con cualquiera de aquellos valses que se llamaban Olga, Noche de frío o Corazón de artista, para únicamente lucirse en la conquista de una palabra amable traducida en el obsequio de una flor.
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(1) En el lenguaje popular de la década 1910-1920, era común distinguir al bandoneón con los acertados nombres de fueye (por ser instrumento de viento) y de arrugado, por su forma de encogerse.
(2) Al momento de la publicación de este trabajo, año 1978.

Imagen: Cuartero de la "Guardia vieja" de Juan Maglio, integrado por -de izquierda a derecha- Luciano Ríos, Juan Maglio (Pacho), Juan Bonano (Pepino) y Carlos H. Macchi (Hernani).
Material tomado del libro Biografía de la avenida Santa Fe, Cuadernos de Buenos Aires, N° 50; Ediciones de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Bs. As., 1978.