25 oct 2010

Torino, un personaje con historia


(De Víctor Leali)

Héctor L. Torino nació el 16 de noviembre de 1913. Hijo de inmigrantes italianos, su familia llegó a la Argentina procedente de Bari, siendo su apellido paterno Lauratolo, que él redujo a la inicial, al adoptar como firma el de su madre.
Quiso el destino que, setenta y nueve años después, exactamente el día de su cumpleaños, dejara la vida terrenal (1), quedando, como su mejor legado la felicidad disfrutada al compartir sus desopilantes personajes, colmados de un humor tan sano y simple que se hizo difícil imitar.
Vivió toda su vida en Boedo, barrio al que amaba y sobre el que gustaba decir –si bien no conocía Las Vegas– que las luces de Boedo le hacían imaginar caminando por aquella ciudad americana. Su primer domicilio, donde transcurrió su infancia y adolescencia, hogar de sus padres, estuvo en la calle Loria al 800; cuando contrajo matrimonio con Leonor, su mujer de toda la vida, se instaló en una casita de la calle Castro al 800, viviendo allí un par de años hasta mudarse a lo que sería su residencia definitiva, en la esquina de Boedo y Humberto I.
Sus primeros estudios los realizó en la escuela José F. Moreno (que aún existe), tras lo cual se inició en el camino de la música, tomando clases de violín en el Conservatorio Santa Cecilia. En esa época llegó a integrar la orquesta del conocido compositor Anselmo Aieta. Contaría años después Torino que, en ese período de su juventud, acompañado por Oscar Blotta y otro amigo común, solían salir por las calles de Boedo de serenata. Ellos lo impulsaron a estudiar dibujo, concurriendo al estudio de un profesor particular donde al encontrarse con un modelo vivo –femenino por supuesto– quedó entusiasmado con la idea, resolviendo estudiar más “seriamente”, anotándose en la Escuela de Bellas Artes. Gustaba contar que en esta institución simuló ser corto de vista para lograr un asiento en la primera fila y apreciar mejor los “detalles” de la modelo.
Lo cierto es que Torino aprendió el arte del dibujo, complementando el mismo con su capacidad para el humor. Comenzó a crear así sus propias historietas argumentadas, colaborando y escribiendo guiones para García Ferré, Piluso, Porcel, Minguito, la revista Patoruzú, cuentos infantiles, etcétera.
Otras de las anécdotas que relataba estaba referida al año 1941, cuando llegó a nuestro país Walt Disney. En la oportunidad el creador de Mickey y tantos otros personajes ofreció en el “Alvear” un agasajo a los dibujantes de humor argentinos. Parecería que, por un olvido, Torino no figuró entre los invitados, razón por la cual se las ingenió para llegar de todos modos al hotel. Con emoción pudo saludar a Disney, pidiéndole allí que le enseñara de lo tanto que sabía. Obviamente Walt Disney no le entendió y le despidió con una sonrisa. Tanta fue la alegría de Torino por este hecho, que diría luego que “nunca más se lavaría las manos”, promesa que seguramente no pudo cumplir.
Otro de los recuerdos son sus “secretos profesionales”; uno de ellos era simplemente sacar la punta al lápiz con una hojita de afeitar usada y, para ayudar a la economía, usar para borrar miga de pan en lugar de goma. Así, de esta humildad, son los recuerdos que nos dejó Torino.
Sus personajes de historieta fueron Don Mamerto detective, publicando luego en Leoplán Esculapio Sandoval reporter sensacional. Pero fue a partir de su incorporación a la revista Aquí Está donde se cimentó su fama. Los editores le habían solicitado crear una historieta que tratara temas de la vida diaria en una pensión (alojamiento muy popular en esos años), y así nació El conventillo de don Nicola en 1937. El éxito comenzó a acompañar a nuestro recordado creativo que llegó a integrar, en la década del 60, el staff de Titanes en el Ring.Pero antes de esto, a mediados de los años 40, había sido editor, entregando a los lectores Bichofeo, donde se publicarían –entre otros–  Soplete el bromista y El detective Buscapié y su ayudante Salustino. Merecen recordarse las publicaciones en el suplemento de Crítica (Barquinazo, un punto alto), en la revista Cara Sucia (Billy Kerosene), en El Trencito, Bomba H y Loco Lindo, donde se conocieron personajes como El capitán Kid Dos Pipas; Solita y Pelito; Mundini; Rabanito y Faustito y el encantador Derrochín. También como Ediciones Torino, lanzó a la venta catorce publicaciones, todas ellas destinadas al público infantil.
El reconocimiento oficial llegó en 1991, cuando la Secretaría de Cultura de la Nación le otorgó un premio por su historieta el conventillo de don Nicola.
Y podría decir mucho más de Héctor L. Torino, amigo sin par, hombre humilde, sincero y bonachón cuyo espíritu bohemio ronda aún por las calles de Boedo. Seguramente, de vivir, se pondría colorado de vergüenza a leer este recuerdo y homenaje a su vida, y nos diría, como muchas veces lo hiciera: “No es para tanto, che”.
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(1) Torino falleció el 16 de noviembre de 1992 (Nota de la Redacción).
Imagen:Tapa de la  historieta "El conventillo de don Nicola".
Texto tomado del libro Pasión de Boedo Aires, Bs. As., 2000.