Desde la esquina de Garay, arrastrando brazos y botellas, la cola bajaba serpenteando por Boedo hasta mitad de cuadra, entraba en el número 1561 hasta el fondo de la Ferretería Don Miguel y ahí terminaba, exactamente frente al tambor de hierro panzón. La cabeza del niño sobrepasaba apenas el borde del tambor, con una mano aferraba el pico de la botella a la salida de la bomba de hojalata, con la otra bombeaba parsimoniosamente. Corrían el kerosene y el siglo XX por la mitad, indispensable para el calentador Primus o las estufas con velas refractarias de aquellos inviernos... El niño era yo, de vez en cuando echaba una rápida mirada para contemplar la cara de satisfacción de los clientes. Sensaciones como argamasas de tiempo, animales geológicos hechos de olvido y de palas, medio siglo después, vaya a saber por qué, si por una foto nunca tomada, si por un reflejo rosado en esta taza, si por un olor sólido en el fondo de mis fosas, vaya a saber por qué las palas comenzaron su danza removiendo escorias y falsas cortezas, dejando a luz la sensación en forma viva. Ahí estoy, bombeando frente al tambor grandilocuente, vaivén de manito dibujando satisfacciones en los rostros, dos litros por persona me habían ordenado, por favor mijo me cuesta mucho hacer la cola, balbuceó la viejita arrimando una damajuana de cinco litros, busqué sin hallar la mirada aprobatoria de mi viejo, ocho años tenía, tomar decisiones trascendentales a esa edad, no se le puede pedir tanto a un niño, transgredir la ley de la cola, descifrar fisuras entre leyes y justicia, miré a la viejita, miré de otra manera al cliente que seguía para marcar la cancha, el que manda aquí soy yo, si se me canta le doy cinco litros a la viejita, guste o no guste, dije sin decir nada. A medida que la damajuana se iba llenando junaba de reojo la sonrisa naciendo entre arrugas, gracias mijo, Dios se lo agradezca y me dio un beso sin dármelo antes de darse vuelta desandando lentamente la cola con su pesado trofeo. Árboles o niños así crecemos, con las inclemencias del tiempo... o de la vida. ¡ Pa! la señora lleva cinco litros, grité con un dejo de orgullo en dirección a la caja, ¿qué cosas habré dicho en esa frase? Ahora que las palas comenzaron su danza entiendo mejor lo que me dijo una vez aquel poeta del barrio, ché pibe las palabras son el papel regalo, puro brillo, hay que abrir el envoltorio para ver qué se traen entre las tripas. ¡Pa! la señora lleva cinco litros...
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Independencia y Castro Barros -Boedo- aproximadamente en los años a los que hace referencia el autor de esta crónica. (Fotografía publicada en el periódico "Desde Boedo").