Con varias calles cortadas por el edificio del hospital Pirovano, el de la estación y las vías del ferrocarril, que prolongan el itinerario del transeúnte y entorpecen el andar de los automovilistas, transitarlas tiene sus encantos y sus entuertos dentro de los estrechos limites del barrio.
En dirección este-oeste sólo tres (Monroe, Ugarte y Congreso) lo atraviesan sin otro impedimento que el cierre de las barreras del ferrocarril Bartolomé Mitre temporalmente les ocasione, quedando interrumpido el tránsito por las siete restantes: Dr. Pedro Ignacio Rivera, Quesada, Iberá, José P. Tamborini, Manuela Pedraza y Núñez.
En sentido sur a norte las privilegiadas son: avenida Dr. Ricardo Balbín, Superí, Zapiola, Capitán General Ramón Freire y Conde, que se cortan en las proximidades de la estación Belgrano “R” para proseguir allende los rieles.
Roque Pérez no va más allá de Monroe; Melián tiene clausurado el paso treinta metros después de atravesar Monroe; Washington queda cortada por los rieles al llegar hasta aquella; Dr. Rómulo S. Naón lo hace al esquinar con Pedro Ignacio Rivera sobre el acceso este de la estación Coghlan; Estomba, en Manuel Ugarte por idéntica razón y Tronador al llegar a Franklin D. Roosevelt al topar con las vías del ramal a José León Suárez del ferrocarril Mitre.
Verdaderamente resulta intrincado desandarlas para los ocasionales visitantes, pero no para los vecinos que tienen cabalmente asumido cada recorrido interno.
Recorrerlas con apuro es válido nada más que para un caso de urgencia, pues la placidez y la frescura que poseen, al amparo de los paraísos y fresnos que la sombrean, incitan al paseo reposado, matizada invariablemente por más de un diálogo circunstancial entre vecinos. Porque sus veredas aún no son un lugar para el paso, sino un sitio para la conversación.
Rumoras y agitadas durante el día, sobre todo aquellas de tránsito vehicular fluido, con las primeras sombras se acallan, acoplándose al silencio y la quietud que gozan las demás, desde el principio de las cosas, por estos lares, cerca del año 1891. Y aunque nada es igual, ellas conservan algo de aquellos tiempos que han sabido atrapar para conservarlo a pesar de los años transcurridos.
Algunas, por imperio de las Ordenanzas Municipales, han variado con razón o sin ella su denominación, que el noble empecinamiento de los nostálgicos hace que aún las nombren con aquel con que las conocieron y las fueron incorporando a sus existir: Guanacache, Bebedero, Nahuel Huapi, Guayra, Del Tejar.
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Del libro: Coghlan, una estación, un barrio de A. Noceti y E. Bence.
Foto: La estación Coghlan a fines del siglo XIX.