Quién lo recuerda ahora.
Iba camino al mundo por el cordón desierto,
de pantalones cortos y sonrisas,
a buscarme entre el humo y los mugidos,
a mirarme en las manos del amigo que entonces
hurgaba con su entroncada vara
el basural hediendo y silencioso.
Fui remendado y sucio por las calles
ahuyentando el final, aquella hombría tonta
que empezaba a dolerme entre los ojos,
aquel inmenso sol que enrojecido
me calentó las ansias de morirme
en la vereda blanca de mi barrio amarillo.
Tantas veces busqué Tellier, el miedo,
aquel pánico rojo de la sangre enlatada,
ese adoquín terroso que moría
rodando en Mataderos fantasioso,
cuando la noche austera me marcaba el retorno.
Entonces me lanzaba nuevamente
contra el viejo pirata y los enanos ciegos
que luchaban por arrojar el grito
que en su caballo andaba por los sueños.
Entonces era niño y no ignoraba
que tras el ronronear de aquel tranvía
se marchaban las risas,
la inocencia
y el llanto
que corría en mi rostro mensajero del hambre.
Era muy niño entonces, y era barro.
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Foto: Feria criolla de Matadero.