Contaba Raúl Castagnino que en la esquina de Tucumán y Libertad, donde actualmente funciona la escuela "Julio A. Roca", existía, hace ciento cuarenta años, un circo, propiedad del señor Giuseppe Chearini. Hombre activo, el propietario del circo estaba permanentemente en la búsqueda de nuevos números para su espectáculo.
Siempre con la misma inquietud, Chiarini viajó a Estados Unidos, donde contrató un número ecuestre con caballos blancos. A su regreso, pasó por México, en momentos en que acababa de ser fusilado el emperador Maximiliano. Corría el año 1864. Días después, los juaristas procedieron al remate de todos los bienes existentes en el palacio imperial. Chearini compró entonces las libreas de los lacayos de Maximiliano, confeccionadas en paño de color ladrillo, y las trajo a Buenos Aires.
El debut del número de los caballos blancos coincidió con el estreno de las libreas adquiridas en México, las que fueron vestidas por los peones del circo.
En esas circunstancias, en plena función, los caballos ensuciaron la pista y los peones, quizás impresionados por el vestuario que habían estrenado, no se decidían a limpiarla. En ese momento, saltó la chispa porteña y se escucharon los gritos de: -"¡Limpien la pista, zanahorias!"-. Desde entonces, en Buenos Aires, se mencionó zanahoria a la persona distraída o medio tonta cuando, en realidad, su origen estuvo referido al color de las vestimentas de los peones del circo de Chearini.
Y, cosas del lenguaje popular, lo notable es la vigencia de esta palabra que, hace ciento cuarenta años, nació entre nosotros con la espontaneidad de un estornudo.
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Imagen: "Payasos", óleo de Enrique Larrañaga.