El farmacéutico José Antonio Brancato, propietario de una farmacia que estaba ubicada en Florida al 600, elaboró y comercializó, en 1914, un producto que servía para mantener asentado el cabello, hecho en base a goma tragacanto, y cuyo nombre de marca era gomina. Al poco tiempo, la gomina Brancato pasó a ser sinónimo de fijador de cabello. Un fijador acuoso que no tardó en desplazar a los aceites y jabones utilizados con igual fin.
Recién en 1925, este invento argentino fue introducido en París, por un porteño elegante, frecuentador de cabarets y restaurantes de lujo. Se llamaba Carlos Arce. Enrique Cadícamo solía recordarlo así: "...era un tipo netamente argentino, morocho, buena estatura, 25 años. Para las mujeres de las alegres noches de Montmartre él era un novedoso y atrayente espécimen engominado".
Los reflejos de las famosas peinadas a la gomina de Carlos Arce y de los argentinos, saltando por encima de las aduanas, se introdujeron en aquel país como un auténtico contrabando de distinción. Y después... otra vez el negocio. La gomina terminó siendo comercializada en París por un compatriota nuestro, mucho más práctico que los anteriores. Su nombre era González Roura, y se desempeñaba como corresponsal de un diario porteño.
Y de las crenchas parisinas, la gomina se trasladó al argot francés, donde bajo la forma de gominé pasó a significar dandy. Una palabra que tampoco le es ajena al "Bailarín compadrito": Vestido como un dandy,/ peinado a la gomina...
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Ilustración: Publicidad en un periódico de la época de la gomina Brancato.