(De Edgardo Lois)
La memoria respira un tanto entre nieblas cuando no puedo saber quién se hizo puente, una mañana de sábado de hace tres años, y unió mi mesa y la de Juan “Tata” Cedrón en el Margot. No recuerdo si fue el poeta Rubén Derlis o el memorioso Otto Carlos Miller.
Pero más allá de quién fuera el responsable, el puente nació puente real, cercano. Como hecho de mágicos y presentidos momentos por venir, creo que nos caímos bien y la construcción la empezamos por las puertas (sí, los puentes también las tienen), que quedaron abiertas para el paso sincero de la palabra y la música.
Hasta ese momento, guardaba entre mis discos la voz de Tata en Troittoirs de Buenos Aires de Edgardo Cantón y Julio Cortázar. Cada vez que vuelvo a ese disco, me acuerdo de ella; Mercedes y mi regalo de cumpleaños. Y parece que será siempre así; en un cumpleaños iluminado en el interior de un puñado de años (cómoda afirmación cuando imposible es medir la cantidad de años que pueden sobrevivir en cada puñado de selectiva conciencia), la recuerdo a ella, de pelo largo color castaño, que me acerca al Cedrón que después sería amigo y compañero de café en Boedo.
Sucedió en una de esas mesas. El Tata se sentó a mi izquierda y sacó un papel. Rápidamente explicó qué era lo que tenía en mano, y no, no se aguantaba de feliz, de contento dentro de aquello que en seguida había notado en su manera de ser: su tierno apasionamiento cuando la poesía lo toca y le hace la señal; cuando la poesía llega es tiempo de torbellino. Imagino manos transpiradas, sueños sobresaltados, ausencias y extravíos varios en los simples caminos de lo cotidiano, algo así, algo parecido a los tiempos de final de novela. En el papel leí el título de un poema: Palabras sin importancia.
Cedrón había vuelto a Buenos Aires para quedarse, atrás quedaban los años de París, más de treinta, nacidos cuando, después de la Masacre de Trelew, salió a cantar el poema Glorias de Juan Gelman, ¿y dónde no la hay esa sangre caída de los 16 fusilados de Trelew? Fue invitado para que se fuera del país en esos momentos en que las invitaciones había que aceptarlas, y partió como tantos.
Entonces volvió para quedarse y una de las primeras manos que ofrecieron ayuda en la reentrada a la atmósfera de su ciudad, fue la de Acho Manzi, el hijo de Homero, con quien Tata mantenía amistad y colaboración a la distancia, prueba de ello es, por ejemplo, Para que vos y yo.
Caminaban por la calle Colombres, llegaban a la esquina de México, a una cuadra de Boedo, a una cuadra de Atahualpa, la fábrica de pastas de Elba y Federico, sí, que también tienen lo suyo dentro de esta crónica. En un momento Tata le dice, Te das cuenta, Acho... por estas calles caminaron Cátulo y tu viejo. Fue en ese preciso momento que Acho hizo aparecer un papel. El papel habrá tenido su historia previa; yo lo vi en una mesa del Margot.
Tata me cantó Palabras sin importancia entre ruidos de pocillos y cucharitas, ahí nomás, en directo, Escuchame, al pasar, como yo escucho, / la lluvia que murmura en la ventana, / pensando en algo que olvidé hace mucho, / entre las cosas de la vida vana. Homero Manzi no registró fecha de la letra o el dato se perdió en el camino de la vida. Nunca tuvo música hasta que en 2004 Tata puso lo suyo.
Acho Manzi luego acercó Elegía, que comienza Vine a rezar tu nombre para decirte adiós. / Vine a llorar sin llanto y a murmurar sin voz. / Calle que perfumabas, calle donde no estás, / donde te amé y me amabas, donde no me amarás. Acho vuelve a aparecer cuando dice, Acá están los inéditos, hacé lo que quieras.
Y el Tata, felizmente, hizo lo que quiso en un departamento de París en diciembre de 2004.
Fue en una sobremesa en su casa, que Tata acercó la guitarra. Ahí escuché letra y música de Palabras sin importancia, Elegía, Mala estrella, En un corralón de Barracas (éste es de Manzi-Cátulo Castillo), Tiempo y hueya. Temas que hoy forman parte del último disco de Cedrón, acaba de aparecer: Frisón Frisón.
El disco guarda otras joyitas como Responso de Troilo, La bicicleta celeste de Tata y Juventud, basado en la historia de Joseph Conrad del mismo título y que escribiera Antonia García Castro, su compañera. Pero desde que escucho el disco no puedo evitar quedarme atrapado en Un cuento, el único tema que pertenece a Acho Manzi; ahí quedo cuando Tata canta Gastando / Unas chirolas de adentro, / Protesto / Porque no puedo entender. / Y pienso / Que habré soñado despierto. / Te siento / Como la primera vez.
Ocurre así, cuando me pregunto, una y otra vez, por esto de gastar unas chirolas de adentro.
Pienso en la clara diferencia entre las chirolas de afuera y las de adentro. Para tener chirolas de adentro hay que saber juntarlas, recibirlas, cuidarlas, y ante todo, merecerlas. De mil maneras diferentes podríamos llegar a gozar de chiroleo interno, y es, además, la única manera de tener para disponer, lo dicho, de las inconfundibles chirolas de adentro.
Las chirolas de adentro, por otro lado, se llevan muy bien con la solidaridad y el trueque. Con chirolas de adentro se pueden construir puentes de puertas abiertas. Creo que hubo chirolas de adentro, de ida y de vuelta, en las mesas de café en el Margot cuando el puente. Chiroleo interno y variado en la mesa y el vaso de vino con soda y con hielo, en las sobremesas de guitarra y charla.
Las chirolas de adentro son chiquitas y bondadosas, viven a puro compromiso y compañerismo; son esas que sirven para los días felices y para los días de plafón bajo; son esas que no son elementos de mercado, que no cotizan en la bolsa de los hombres de la bolsa.
Creo que Acho Manzi echó mano a su morral de chirolas de adentro cuando le ofreció a Tata el tesoro del que era portador. Chirolas de adentro que también tenía para ofrecer el mismísimo Homero Manzi, o las de Tata que sabe cómo recibir la ofrenda, es decir, desde dónde llegar con su guitarra. Desde la música llega a la poesía como hay que entrarle al mundo poeta, con respeto por la palabra y por la identidad que esa palabra encierra, trae, transporta, transmite. La voz de Homero Manzi no era poca cosa para unir con puente fantástico las dos mesas de café, en una Homero y en la otra Tata, ¿qué hacía falta?, sí, ya se sabe y se adivina: chirolas de adentro. Es que otra de las facultades distintivas de esta maravillosa manera de mercar es que no reconoce límite alguno entre los que se fueron y los que están; no hay límite cuando el puente posible es la memoria.
A disposición de las personas que caminan en esta ciudad se encuentra el chiroleo que importa. Una prueba de ello podría ser la manera de ser, de estar, de Elba y Federico, acá nomás, sobre Boedo, a metros de México, a una cuadra de donde Acho le dio a Tata Palabras sin importancia, en su fábrica de pastas. Ellos saben de gastar las chirolas de adentro y de recibirlas. Porque a no equivocarse, que tan importante son las chirolas que genera Federico con su arte, como las chiroleadas de Acho y Tata.
Todo es y puede ser memoria, y es la memoria la que necesita de la buena voluntad de las personas. En cada gesto la posibilidad de la buena vida, la solidaria, la que respeta al semejante. Esa vida tan alejada, por ejemplo, de la de ese señor de propaganda globalizada que viaja sereno en su automóvil. En las calles todos corren, se chocan, se desesperan al parecer sin razón o por pura estupidez. No entienden dónde está el secreto de la vida. El hombre maneja calmo. Su familia lo aguarda en medio de la locura de la calle. Él llega, su familia sube a la nave y todos quedan a salvo. La moraleja de la propaganda motorizada reza así: No correr. Avanzar.
Las chirolas de afuera poco tienen que ver con la existencia de las adentro, vienen de distintas vertientes, y será deber de cada uno decidir qué vida es la que elige.
Antonia García Castro anota en el texto que aparece en el librito que acompaña a Frisón Frisón, Son detalles. Cositas. Porque muchas veces la Historia nos duele, es bueno detenerse en su tramado más fino donde anidan las obstinadas esperanzas. De ellas se nutren también la palabra, la canción, el abrazo, las manos estrechadas.
Ella habla de “Cositas”, detalles, porque narra las circunstancias pequeñas que giraron alrededor de la concreción del disco, y ahí otra de las señales que importan, las pequeñas historias que hacen la Historia. Es esa Historia con mayúscula que se escribe y se canta, por ejemplo, con Homero y Acho Manzi, Juan Tata Cedrón y su cuarteto, Elba y Federico. Y no deben faltar algunas chirolas de adentro, digo, para “hacer” los días.
Sí, quizá sea gente que corre por esas cuestiones de la identidad, y ¿por qué no?
Mientras me pregunto, un auto circula por avenida Boedo, con vidrios polarizados y en silencio; avanza lustroso en su noche eterna; y en la fábrica de pastas Atahualpa, Federico anota, Lo que permite salir de la pobreza es la educación. De todas las pobrezas, me digo; Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres, anota, otra vez, Federico.
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Foto: Homero Manzi.