Al recorrer las calles de Buenos Aires, sus plazas, sus parques, de pronto aflora develar el interrogante respecto a si todo es así desde siempre o hace tiempo. En rigor a la verdad últimamente se han producido algunos cambios sobre los cuales el día de mañana se podrá hacer una adecuada ponderación. De lo anterior venimos malconservando lo realizado con tezón desde el siglo XIX hasta el presente.
Cuando se inauguró el Parque 3 de Febrero, allá por el año 1875 (y pasó a dominio municipal en 1888), solamente existían muy pocos espacios destinados a paseos públicos, hablando con eufemismo. Si hoy nos quejamos y con razón, de la falta de reforestación de nuestros parques y plazas, los de antes eran poco menos que baldíos.
Por aquella época se contaba con la que hoy es Plaza de Mayo, la Plaza San Martín (llamada de Marte), el Paseo de la Paz (hoy Recoleta) y las actuales Plaza Lavalle, Plaza Libertad, Plaza Miserere, Plaza Lorea, Plaza Vicente López (otrora Plaza 6 de Junio), Plaza España (ayer Plaza de los Inválidos) y las plazoletas Concepción y Montserrat (hoy desaparecidas), más algunas dos o tres que no he podido determinar bien.
Es, entonces, a partir del año 1875 cuando las autoridades decidieron y se empeñaron en dar a la ciudad algunos predios con miras a florecer, en un futuro perentorio, lugares para solaz de la población y contribuir a su embellecimiento edilicio.
Al Parque 3 de Febrero le siguió el Jardín Botánico, la adquisición del Parque Lezama y luego el Parque Saavedra, ambos en 1894, después el Parque Bernardino Rivadavia (que más tarde cambió de nombre) y así sucesivamente.
Estos lugares fueron cuidados y paulatinamente adquirieron identidad propia. La dimensión otorgada, su diseño (paisajísticamente hablando), las obras de arte (y algunas afrentas al arte y a la historia) que se fueron alzando, confirieron a cada uno ciertas características. Sin embargo dos factores influyeron mucho más en esta espontánea particularización: la accidental ubicación y el perfil de su concurrente medio.
Por ejemplo, la Plaza de Mayo, se mostró desde tiempos remotos, como escenario de la civilidad; con el tiempo se convertirá en rival de la Plaza Congreso en el diario afecto de los niños hacia las palomas. A medida que los palacetes y las casonas señoriales son reemplazadas por los departamentos, la Plaza Vicente López de manera cotidiana será un desfile de niñeras en servicio y sirvientas paseando perros (a tal punto que el intendente Montero Ruiz la escogió para instalar el primer baño exclusivo para ellos). En cambio Plaza Italia es, desde hace décadas, campo para la conquista fácil o el pecado con tarifa.
A pesar de esta tipificación rígida para algunos benevolentes, existió (o ya están en franca vía de extinguirse) una serie de personajes comunes en todas las plazas y parques. Su presencia inevitable los fue confundiendo con la flora y terminaron integrados al paisaje. Para aquellos que llegamos más que a conocerlos a disfrutarlos observamos con un dejo melancólico sus ausencias; como si el vandalismo se hubiera adueñado con prepotencia de los parques y plazas para mutilar los más bellos o los más queridos ejemplares de su flora. Ellos fueron; el vendedor de barquillos, el organillero, el pizzero, el vendedor de juguetes y el fotógrafo o chasirete, más los barrenderos o musolinos con su tarea periférca.
También existió el guardián, pero de ése prefiero no acordarme. Entre el común se hizo popular por antipático. Supongo que nadie lo ha olvidado. Hoy lo aceptaría y lo respetaría pero no lo encuentro. Es uno de los tantos males necesarios. Los porteños somos hijos del rigor: caminamos sobre el césped, porque un cartel indica lo contrario y nos lavamos las manos en los bebedos porque está prohibido.
De los personajes que fueron atracción en plazas y parques, sólo la presencia o no del fotógrafo siempre se relacionó con el paisaje y demás elementos ornamentales. Éste se procuraba instalar en el marco adecuado, para estimular el requerimiento de los interesados potenciales: un conjunto de árboles y arbustos, un cantero florido, la fuente o el pequeño lago, una estatua o el gran monumento fueron sus mejores aliados. Por eso es que el fotógrafo aparece en nuestros parques y plazas en el ocaso del siglo XIX, cuando los predios recién van adquiriendo características tales. Pero el fotógrafo no fue oficio que entusiasmara al criollo, inclinado hacia otras actividades. De manera tal que fue necesario aguardar el florecimiento de los árboles y plantas cultivadas, la erección de estatuas y monumentos, pero también el arribo de los inmigrantes dedicados a esa actividad.
Todos estos personajes recordados dieron al parque y a la plaza, atracción, magnetismo, motivo para su periódica concurrencia. Además no había muchos otros medios de distracción y los existentes no estaban al alcance de la mayoría.
La plaza en la antigüedad media sirvió para otros menesteres. Era el lugar de reunión del pueblo. En la plaza se saludaba a los ejércitos cruzados, se anunciaban las medidas gubernamentales por medio del bando que les leía el pregonero. En la plaza se ajusticiaba. En la plaza se proclamaba.
De todo aquello y hasta no hace mucho tiempo, sólo perduró su empleo para los actos partidarios y la prédica religiosa de los cultos cristianos protestantes. Estos y aquellos ahora usan los medios auditivos, los visuales, y ya se entró en la etapa del abuso de los medios audiovisuales. Todos mal calificados de medios de "comunicación" masiva. Cuando la concurrencia está asegurada se convoca a la grey a los estadios deportivos.
Hoy las plazas y también los parques, podrían servir no sólo para reunir espectadores pasivos a recitales artísticos sino para opinar y dialogar, mejor dicho para la verdadera comunicación. Pero algunos no quieren y a los otros no los dejan. Se continúa con resignación en la estrechez de las viviendas, que en buena parte no lo son. Las plazas y los parques se dejaron de usar por considerarlos tierra de nadie, sin advertir que son propiedad de la comunidad. La realidad muestra que es necesario recuperarlos.
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Imagen: Visión nocturna de la Plaza Vicente López.